Un ejemplo claro de libertad creativa aparece en el comentario del Rabino Iehuda Leib Alter de Gur (1870 – 1905) al primer versículo de nuestra Parasha: “Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, y tu Dios, los entregue en tus manos y tomes algunos cautivos” (Deut. 21:10). En su contexto original, no hay dudas de que el texto habla del protocolo que el pueblo de Israel debía llevar adelante en tiempos de enfrentamientos bélicos con los cananeos. En consecuencia, originalmente el comienzo de nuestra Parasha comprendía un texto relevante para una generación específica en un tiempo determinado. Y sin embargo, fue gracias a las interpretaciones del Rebe de Gur y tantos otros, que estos versículos pueden seguir iluminándonos hasta nuestros días.
¿Qué dice, entonces, el comentario jasídico del Rebe de Gur sobre nuestro versículo? En su libro Sfat Emet, no hace hincapié en la guerra histórica de Israel contra los cananeos, sino que relee la Tora a la luz de la lucha existencial interna que cada uno de nosotros debe llevar adelante en contra de determinadas inclinaciones que se asientan en nuestro ser. “Ya que en todas las cosas se encuentra el punto de vitalidad proveniente de Dios, aunque se encuentra escondido e invisible. Y por tanto se necesita de una guerra y un trabajo arduos durante toda la semana para encontrar este punto.”
Refraseando el lenguaje místico de nuestro comentarista jasídico, la lucha que nos está llamando a realizar implica el esfuerzo de reconocer que todo aquello que nos rodea está impregnado de divinidad. Ese punto del cual nos habla, es el punto que todos compartimos en un mismo origen, y que nos une más allá de los velos y diferencias que podamos encontrarnos al mirar superficialmente nuestra realidad.
Este reconocimiento del origen común, al menos en lo que al ser humano se refiere, se remite a la creación misma del hombre, ya que según nos relata la Tora, Adán y Eva fueron creados a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1:27). Esto significa que cada hombre y mujer en la tierra guardan en ellos la imagen de Dios, siendo así que al denigrar, difamar, o discriminar a nuestros semejantes, lo mismo estamos haciendo con lo divino que anida en ellos (y que asimismo anida en nosotros también). Cada vez que no logramos reconocernos en el otro negando aquello que nos une más allá de toda diferencia, nos encontramos profanando el nombre de Dios. Contra ello, no debemos dejar de luchar.
Pero el origen común de toda la realidad no sólo nos remite a la unidad de todos los seres humanos, sino también a la unidad trascendente de toda la creación. Y en este sentido, reconocer el “punto de divinidad” de todo cuanto nos rodea, se vuelve un llamado a la responsabilidad de velar por una ética que nos guíe en el sostenimiento y continuidad de nuestra calidad de vida en un medio ambiente sustentable y armonioso. En este sentido, podemos sumar las palabras del filósofo Hans Jonas (1903 – 1995):
“Lo que nos angustia ya no es la naturaleza, como antes, sino precisamente nuestro poder sobre ella; y tememos por ella y por nosotros. Nuestro poder fue nuestro servidor y se ha convertido en nuestro amo. Debemos ponerlo bajo nuestro control, un control que hasta ahora no tenemos, a pesar de que ese poder es plenamente obra de nuestros conocimientos y de nuestra voluntad. Los conocimientos, la voluntad y el poder son colectivos, y también lo debe ser el control sobre ellos. Sólo pueden ejercerlo los poderes públicos, es decir que debe ser un control político, y eso requiere un amplio consenso de toda la sociedad a largo plazo.” (Pensar sobre Dios y otros ensayos, pp. 149-150)
Reconocernos en el origen común; reafirmar nuestra responsabilidad con nuestros semejantes y con el mundo; y comprometernos en reparar los daños causados. Y todo esto como reflexión sobre el primer versículo de nuestra Parasha, el cual originalmente hablaba a una generación determinada durante un tiempo específico. Indudablemente, tanto la Tora como sus comentaristas todavía tienen mucha sabiduría para compartir con cada uno de nosotros. Quiera Ds que tengamos la capacidad de aprender a capitalizar dichas enseñanzas aplicándolas en nuestra vida cotidiana.
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