Shabat Shalom queridos socios,
Algunos ya de regreso de las vacaciones nos vamos reencontrando en la Sinagoga y otros aún aprovechando los últimos días de febrero, en especial las familias con los más pequeños que ya les falta poquito para volver a clases.
Novedades dentro de la Comunidad: se dieron cuenta que tenemos un aspecto más fresco en la Sefaradí?. Pues aprovechamos este verano para ordenar, reparar, pintar la comunidad y hasta colocamos un portero visor para poder recibir a nuestros socios durante la semana, tanto los que vienen en auto o a pie, a las clases o reuniones y no tengan que dar tantas vueltas para llegar a sus compromisos.
También estamos trabajando en la planificación de actividades y eventos. Este año ya celebramos Tu Bishvat y seguimos el 8 de marzo con el Día internacional de la Mujer -aprovecho de decirles que este año estará buenísimo; inscríbanse con sus amigas!!!- ; seguidito al Día I. de la Mujer tendremos PURIM. Este año lo celebraremos como siempre, con un encuentro intercomunitario junto a la Nueva Bnei Israel y Beit Emunah. Y en esa última es donde el sábado 11 de marzo nos encontraremos disfrazados. Si!!! Disfrazados, no sean tímidos! para divertirnos y pasar juntos un rato muy agradable.
A fines de marzo, más precisamente el jueves 30, el Acto de recordación del Edicto de Granada de 1492. 525 años de este suceso que marcó un hito en la historia de los sefaradíes. Tendremos un lindo espectáculo y la visita de varias personalidades de la Embajada de España.
Y el martes 11 de abril, 2do Seder de Pesaj en los salones del EIM.
Anotaron todo?
La próxima semana les informaremos además de los inicios de nuestros cursos y talleres. Como siempre, Hebreo, Ingles, Kabalah, Rikudim y otros nuevos en la Sefaradí a partir de marzo.
Tengan todos un cálido fin de semana, con la familia y amigos.
Shabat Shalom
Kelly Armoza
Dirección Ejecutiva
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El momento más sublime y definitorio en la vida del pueblo judío ha sido la entrega de la Torá en el monte Sinaí. Ese instante en que se encontraba presente todo el pueblo, mujeres, hombres, niños y ancianos, es conocido como el gran momento de la Revelación en el que la nación hebrea se conformó como tal, poseyendo a partir de entonces una constitución que guiará su conducta, un verdadero manual para la vida.
De no haber habido una Torá está claro que no seriamos el pueblo que somos y nuestra fe no tendría un basamento sobre el cual erigirse.
La Torá, las mitzot y los mandamientos que se nos entrego sirvieron para dar forma a nuestra nación. Es la base de ella, su corazón y su escencia.
La parasha que leemos este shabat, parasha Itró, nos relata ese momento especial de la revelación y entrega de la Torá.
Hay varios detalles que nos aporta el midrash acerca de la entrega de la Torá.
¿Porque fue entregada en el desierto? ¿Porque no en la tierra de Israel? Explican los comentaristas que ello fue así para garantizar la universalidad de su mensaje. Fue entregada en el desierto, que es tierra de nadie, para que nadie diga, “fue entregada dentro de mis limites y por lo tanto me pertenece”. La Torá tiene un mensaje universal que debe ser compartido y que el pueblo judío tiene la obligación de transmitir. Los Bnei Israel la recibieron pero la entregaron a la humanidad como contribución generosa para desarrollar una sociedad más justa.
Porque fue entregada en un monte modesto como el Sinaí y no en una montaña elevada y majestuosa como el Everest o el Aconcagua?
La revelación no merecía acaso un marco más imponente, un evento de proporciones únicas en un escenario único. Justamente para manifestar que la Torá adopta y alienta un mensaje de humildad, es que fue entregada en un monte humilde y simple, tal como es como el mensaje bíblico.
Cuando llegaron al lugar de la entrega la Torá nos dice:….”y llegaron al desierto del Sinai, y acamparon en el desierto y acampo allí Israel, frente al monte”… (Éxodo 19:2). La Torá pasa del plural “acamparon” al singular “acampó”.
Ese pueblo que discutió antes de cruzar el mar, dividido en muchos grupos, ese pueblo que se quejaba por la falta de agua y que parecía más bien un grupo de tribus dispersas pugnando por conseguir beneficios, se encontró de repente a los pies del Sinaí, a punto de vivenciar un acontecimiento único.
Llegaron como un grupo humano disperso y desunido, pero frente al monte y ante acontecimiento tan magno, se unieron y se convirtieron en Israel como un solo pueblo unido. Dejaron de ser plural, para pasar a ser singular.
Ese es un mensaje de unidad frente a grandes empresas que nos debe guiar en la vida. Nuestros grandes proyectos y emprendimientos se pueden llevar a cabo cuando hay unidad y todos se sienten comparten el mismo sueño.
Shabat Shalom!!!
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En la primera parte de estas notas relaté algunas experiencias espirituales y místicas del reciente viaje comunitario a Israel. Sabiendo que es imposible en unas pocas notas trasmitir toda la inmensa y multifacética experiencia vivida en esos días, con vuestro permiso quisiera referirme ahora a otra dimensión de lo experimentado, desde una óptica más bien histórica y antropológica, comenzando con la visita al Beit Hatfutsot (“Casa de la Diáspora”).
Es sorprendente ver en este Museo muestras de las numerosas comunidades judías dispersas por el mundo en los últimos 2.000 años, su variedad cultural y étnica, sus particularidades históricas, sus costumbres y tradiciones y, por sobre todo, su creatividad cultural y artística. Murales, reconstrucciones, dioramas, proyecciones audiovisuales, películas documentales, presentaciones multimedia, etc., cubren el panorama del pueblo judío, disperso por los cuatro rincones del mundo, desde la destrucción del Segundo Templo, hace más de dos milenios.
Un canto a nuestro ser plural.
Emociona ver esos rostros de judíos de todo el mundo y todas las épocas y preguntarse ¿cuál es el “tipo” judío? y confirmar que no existe tal cosa, que ese judío que a menudo aparece en las caricaturas o en algunas películas, no es sino eso: una caricatura, generalmente utilizada por las corrientes antisemitas en su publicidad anti judía. El pueblo judío ha sido y es plural, multirracial y multicultural.
Pero, entonces surge otra pregunta más profunda: ¿cómo es posible que a pesar de esta dispersión de más de XX siglos el pueblo judío se mantenga unido a través del espacio y el tiempo? ¿qué es lo que le otorga su identidad? Una respuesta parcial a esta pregunta se puede deducir de lo que nos muestra el propio Museo: más allá de la fé en el Dios único, hay una serie de mitzvot y/o costumbres que los judíos han mantenido a través del tiempo en todos los rincones de la diáspora y que fortalecen su identidad, su pertenencia a un mismo pueblo. Todo comienza a los ocho días de nacido, con el Brit Milá, esa escritura en el cuerpo de nuestro Pacto con el Creador. Continúa alrededor de los 13 años con el Bar o Bat Mitzva, ese rito de pasaje en que el muchacho se integra a la tribu, con sus derechos y deberes, pasando a ser un hijo de las mitzvot, esto es, un judío pleno. Y así sigue a lo largo de toda nuestra vida con las distintas festividades y, especialmente, Yom Kipur, ese día de balance y proyección de lo que cada uno ha hecho y se propone hacer.
Pero, por sobre todo, está el Shabat, ese día de descanso físico y plenitud espiritual, ese día dedicado, individual y comunitariamente, a la comunicación con el Creador, en que salimos de la materialidad cotidiana para elevarnos a las cimas espirituales. Es el Shabat, esa festividad en que “santificamos el tiempo”, según la expresión de Abraham J. Heschel, un elemento central, en mi modesta opinión, de la continuidad, la pertenencia, la identidad judía. Su carácter independiente del espacio y del mes, el hecho de que no esté determinado por un momento dado del devenir de la naturaleza, su conexión directa con la culminación de la Creación, su invitación a salir del tiempo cotidiano y entrar en otra dimensión espiritual, nos enseña, precisamente, que la Creación es un proceso continuo, que el tiempo se repite y se renueva, se recrea, recomienza en cada acto que realizamos. Y si esto es así, en el Shabat nos situamos fuera del tiempo, para santificarlo y volver a él para recrear el mundo perfeccionándolo. Para lograr aquello, contamos con ese “manual para la vida” que es la Torá, contamos, en definitiva, con la ética de la Torá.
Torá y Shabat, mitzvot y ética, son, para mí, los pilares de la continuidad judía, de la identidad del pueblo judío en su dispersión, en las múltiples facetas de la diáspora que nos muestra el Beit Hatfutsot: somos una diversidad, pero al mismo tiempo, somos uno en el Creador y en una ética de sabiduría, justicia e integración.
Ese pueblo multifacético que nos muestra el Museo, es el mismo pueblo que encontramos en las calles de Tel Aviv o Jerusalem, es el mismo pueblo que, en su diversidad y con sus caminos propios, busca experiencias de elevación y conexión espiritual en el Monte Meron (en la tumba del Rabí Shimon Bar Yojai) o en la tumba de Maimónides o en el Kotel, es el mismo pueblo heroico de Masada o el de ese individuo capaz de hacer de cualquier lugar, cualquier calle o rincón, un Templo, su Templo, y allí decir sus oraciones, gritar, sin complejos ni temor al ridículo, su fe en HaShem
El museo emociona, transporta, enorgullece, enseña, pero, por sobre todo, invita a la reflexión acerca de lo que nos hace judíos, invita a la unidad en la diversidad, nos ayuda a ser mejores judíos y mejores personas.
(continuará)
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