Vivimos días de globalización, en que prácticamente todo lo que ocurre en el mundo nos afecta a todos, en medio de cruentas crisis y enfrentamientos de unas naciones con otras, de unas culturas con otras, de fundamentalismos que impiden el diálogo para resolver las diferencias. Como señala el Rav Michael Laitman, hoy vivimos “un estado en que por un lado todos dependen el uno del otro y por otro lado, todos se odian”
La Kabbalah nos enseña que todos estamos conectados, todos fuimos creados “a imagen y semejanza”, todos tenemos en nuestras almas chispas divinas que nos conectan. Sin embargo, con el correr de los tiempos el crecimiento de los egos fue ocultando esta verdad esencial y el predominio de los deseos egoístas fue alejando a los unos de los otros, pasando sucesivamente por el dominio de los primitivos deseos físicos de alimento, reproducción y hogar (familia); riqueza (dinero); poder y respeto (honor, fama y dominio); conocimiento; finalmente comienzan a aparecer, pavimentando la venida del Mashiaj, los deseos (ya no físicos) de espiritualidad y conexión con el Creador.
En nuestros días el proceso ha arribado a un punto crítico de supervivencia. Basta mirar a nuestro alrededor para ver los múltiples conflictos socio-económicos, geo-culturales, religiosos, de género, ecológicos, etc., que amenazan la subsistencia misma del planeta. Se enfrentan así las energías positivas de la unión y las energías negativas de la separación y el dominio sobre el otro, las fuerzas del ego.
Pareciera que se impone un camino doloroso para arribar a la meta: el camino del dolor, del sufrimiento, de las guerras, las catástrofes naturales y las enfermedades. En nuestras manos está evitarlo, guiando a la humanidad por el camino positivo del equilibrio del ego y el amor, por camino de Abraham y nuestros Patriarcas. En eso consiste ser “luz entre las naciones”.
Para cumplir con esta misión de ser “luz entre las naciones”, tenemos que encontrar las energías positivas de la unión dentro de nosotros mismos y en la naturaleza, ser capaces de desarrollar una relación más equilibrada entre ambas energías. Así podremos ser capaces de guiar el proceso de corrección de la sociedad humana toda (Tikún HaOlam). Pero muchos de entre nosotros han olvidado esto, muchos han abandonado la enseñanza básica de la ética de la Torah: el amor al prójimo, la unión de todos en la diversidad, la conformación de relaciones inclusivas con el otro.
Numerosos comentaristas y sabios de nuestro pueblo sostienen que la raíz más profunda del antisemitismo radica precisamente en que aun no hemos sido capaces de cumplir con esta tarea, olvidando el sentido mismo de nuestra existencia.
Miremos por un momento a nuestro pueblo diseminado en la Diáspora y en la Tierra Santa. La verdad, y lo digo con dolor, es que el panorama no parece ser muy halagüeño: la danza de los egos también nos corroe, manifestándose en separaciones y odios gratuitos (que ya fueron la causa de la destrucción del Templo, pero que aún subsisten).
Por un lado vemos una separación geo-cultural entre ashkenazíes y sefaradíes, entre polacos, rusos, alemanes, los de Salónica, Estambul, Esmirna, Safed, etc., muchas veces renuentes a unificarse unos con otros, a construir comunidades inclusivas que nos permitan unirnos manteniendo la diversidad y las tradiciones de cada grupo, con el resultado de la subsistencia en muchos países de comunidades pequeñas, débiles e ineficaces y, dentro de ellas, de divisiones familiares, de antigüedad, de grupos de poder, alimentadas por manifestaciones de un ego oculto.
A estas divisiones seculares, se suma la separación entre las distintas corrientes interpretativas de orden religioso e ideológico, los reproches mutuos, las descalificaciones, las acusaciones. Ahí tenemos ese panorama de ortodoxos (entre ellos los haredíes y las distintas corrientes del jasidismo), mazortíes, reconstruccionistas, reformistas, laicos, caraítas, etc.; que cruzan las divisiones geo-culturales ya señaladas. Dentro de estas corrientes encontramos grupos que niegan validez a toda visión del judaísmo que no sea la propia, que buscan imponer, a menudo con métodos destructivos, su visión, descalificando a quiénes no la comparten (como ejemplo más reciente, tenemos la lista negra publicada por la Rabanut Rashid).
También entre nosotros los egos bailan al compás de la negatividad y la separación... este es el ejemplo que aportamos a las naciones... esta es la danza de egos que nos corroe internamente... esto es lo que nos impide cumplir con nuestro Tikún...
La tarea, entonces, empieza por casa: dediquemos nuestras fuerzas a la unidad del pueblo judío, a reencontrarnos en la diversidad, a recuperar nuestra tradición interpretativa, a ser “uno”, para poder aportar realmente a que la humanidad sea “una” y así acercar los días del Mashiaj.
Nuestros Sabios enseñan:
“Y cada uno dirigirá su amor a cada uno de Israel como a sí mismo, porque de este modo ascenderá su rezo al estar incluido en todo Israel” (El Arí).
“Si nos destruimos por medio del odio gratuito y el mundo se destruye junto con nosotros; volveremos a reconstruirnos y el mundo se reconstruirá con nosotros por medio del amor gratuito” (Rav Kuk)
“No hay ninguna desgracia que venga al mundo que no sea para Israel” (Talmud Babilónico).
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