En parashá Ree se lee: “Vean, he puesto ante ustedes la bendición y la maldición...”, versículo que, junto con los dos siguientes (Devarim 11:26-28), se interpreta como una referencia al libre albedrío, lo que se reitera en Devarim 30:15.
Por su parte, Rabí Akiva enseña (Pirkei Avot 3:15):
Todo está previsto, y [aunque] es concedida libertad de elección; el mundo es juzgado con bondad, y todo de acuerdo a la preponderancia de la [buena] acción.
Se plantea aquí uno de los tópicos teológicos más difíciles: la evidente paradoja entre la omnisciencia de Dios y la libertad de elección del hombre ¿Cómo es posible que Dios conozca todo y sin embargo el hombre tenga libre albedrío? Si Dios conoce todo lo que ocurrirá y todas las acciones que una persona realizará, parece no haber lugar para elecciones personales, todo estaría predeterminado. Parecería que actuamos libremente, pero estaríamos haciendo sólo aquello que ya estaba preestablecido. Sin embargo, al igual como Dios es “libre” (nada lo domina o influye sobre Él), el hombre, hecho a su “imagen y semejanza”, debería también ser libre.
Maimónides (Mishné Torá, Teshuvá 5:5) escribe que Rabi Akiva expresa aquí uno de los principios más importantes de la Torá:
“...si Dios sabe todo lo que ha de ocurrir antes de que ocurra, ciertamente ha de saber si este individuo será justo o réprobo...si decimos que sabe que tal persona será un justo, es imposible que no lo sea; y si decimos que sabe que será un justo y que también es posible que sea un réprobo, ¿quiere decir que (Dios) no es totalmente omnisciente?” luego de explicar la complejidad y extensión de la respuesta a esta pregunta, nos recuerda que “Dios no conoce con una comprensión exterior a Él, como los seres humanos conocemos y que en nosotros nuestra comprensión y nosotros mismos no somos una unidad. No obstante, en el Creador, Él y Su comprensión son una unidad desde todos los aspectos y la comprensión humana no es capaz de entender este conocer divino...”
Maimónides nos enseñanza, entonces, que existe una diferencia esencial entre el conocimiento de Dios de la realidad y nuestro conocimiento de la realidad. De hecho, si Su conocimiento fuese similar al nuestro, entonces sí habría una contradicción entre Su omnisciencia y nuestra libertad de elección.
El rabino Itzjak Ginsburgh propone una analogía que nos puede dar algunas luces sobre esto: el viajero del tiempo, habiendo regresado del futuro, sabe previamente lo que alguien hará, pero mientras él sabe esto, este conocimiento no causa la acción de ese sujeto; el sujeto tuvo libre albedrío incluso cuando el viajero del tiempo tuvo un conocimiento previo.
La Kabbalah enseña que la paradoja acerca del libre albedrío y la omnisciencia divina está ligada cercanamente al concepto de Tzimtzum: la idea de que Dios “contrajo” su esencia infinita, para permitir la existencia de un “espacio”, en el cual un mundo finito e independiente, pudiese existir. Esta “contracción” hizo posible al libre albedrío: Dios, de alguna manera “disminuye” su conocimiento previo para permitir la acción independiente del hombre; Dios contrae su esencia para permitir la existencia independiente del hombre.
Maimónides, basándose en la fe, afirma que aunque Dios conoce nuestras acciones futuras, no nos forzará a actuar de determinada manera, por lo que tenemos libertad de elección a pesar de ese conocimiento divino.
Esta parece ser una aproximación satisfactoria al problema, aunque no sea congruente con los prejuicios de la modernidad. Como hijos de la Ilustración, se nos ha inculcado que todas las verdades deben ser susceptibles de una comprensión racional. Pero tampoco esta afirmación puede ser probada racionalmente, entra también en el terreno de las creencias. Sin dudas es igualmente posible que existan algunas cosas que están (y siempre estarán) más allá de nuestra comprensión: a pesar de que Dios lo ve todo, la libertad de elección ha sido dada, y por lo tanto es algo bueno que Dios juzgue a las personas. Cada persona tiene el potencial para cumplir su destino personal, pero la elección de cumplir ese destino es solamente suya.
Finalmente, es en la acción donde se manifiesta nuestra libertad de elección, pero la pura acción no es suficiente, como se dice: “una mitzvá sin intención es como un cuerpo sin alma”. A pesar de que en definitiva la acción es lo principal, aun así el impacto de la acción depende de la experiencia interna.
Si como judíos nos mantenemos separados de la realidad (y por lo tanto a salvo de sus efectos adversos), no seremos capaces de tomar un papel activo para darle forma y mejorarla. Pero si nos sumergimos en la realidad sin un sentido de lo que es puro y sagrado, caeremos bajo su influencia y eventualmente perderemos nuestro camino: en vez de influenciarla seremos influenciados.
En este camino paradójico trazado por los imperativos de la fe y la libertad de elección, somos libres para escoger entre seguir nuestra inclinación negativa o seguir los caminos de la Halajá y así “imitar a Dios”, ayudando a perfeccionar la realidad de nuestro tiempo.
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