En estas semanas hemos comenzado la lectura y estudio del Sefer Shemot. Pienso que hay dos conceptos que cruzan este segundo libro de la Torá: el exilio y el desierto. Comentaremos algo sobre el primero, para intentar abordar el segundo en el próximo Jadashot.
¿Qué me enseña a mí personalmente cada parashá? La Torá, más que un texto histórico, es una enseñanza que nos muestra un camino, nos señala un modo de vida. ¿Qué es lo que debemos aprender de los pasajes que estamos estudiando en estos días? ¿Qué debemos aprender del exilio y el desierto?
El concepto de exilio es un concepto que contiene mucho más de lo que puede parecer a primera vista, es un concepto más enigmático de lo que suponemos... ¿es simplemente un castigo? ¿es una forma de aprendizaje? ¿es un estado de existencia de toda la humanidad?: todo lo anterior y aún más...
Lo que en este comentario nos interesa es el exilio espiritual, el exilio permanente en el que vivimos, como señalan algunos, desde la expulsión del Gan Eden. La Kabbalah nos enseña que en el proceso de la Creación se produjo lo que denomina shvirat hakelim, la ruptura de los recipientes de luz (sephirot) y esto da inicio al mundo material de la fragmentación, del tiempo y el exilio, de la historia.
Al romperse las vasijas, algunas chispas de la luz que contenían regresan a su origen, otras caen, mezcladas con los restos de las vasijas (las klipot o cáscaras), hacia nuestro mundo, en otras palabras: son exiliadas. A partir de allí, nuestra existencia tiene un sentido, una razón de ser: liberar, mediante la corrección y el perfeccionamiento de nuestra alma, esas chispas de luz que las klipot mantienen aprisionadas, redimirlas, sacarlas del exilio, hacer posible su regreso al origen, a la unidad con el Uno, con lo cual nosotros también podremos salir de nuestro exilio individual y colectivo.
Esto es el exilio en su sentido más profundo: aprendizaje y acción, corrección y servicio divino, hasta alcanzar la más plena adhesión al Creador.
Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor resulta claro que la tarea de corrección está lejos de completarse: nos encontramos aún lejos del Creador, la pérdida de valores espirituales de nuestras sociedades es evidente. Sólo entendiendo el exilio como algo esencial y actuando en consonancia es que lograremos avanzar. Sólo el pasar comprometidamente por el exilio acercará los días del Meshiaj.
Esto es válido para la humanidad toda y para cada individuo. Sólo podemos alcanzar nuestra Tierra Prometida (individual y colectiva) pasando por el exilio, transformando las enseñanzas del exilio en acción física y espiritual.
El Rabino Yehuda Loew (1520-1609), conocido como el Maharal de Praga, enseñaba que todos los componentes del exilio se pueden encontrar en el descenso del alma desde los mundos espirituales a nuestro mundo físico, en el exilio del alma. El alma es sacada de su lugar natural, el mundo de lo Alto, el medio que le es propio y en el cual puede alcanzar su máximo desarrollo (como ocurre con un pueblo o individuo que es sacado de la tierra que le es propia); luego, el alma, enredada en el mundo físico, se dispersa en mil tareas y labores inútiles (como un pueblo que ha sido dispersado por el mundo y ha perdido buena parte de su unidad esencial, fragmentándose en múltiples grupos, debilitando su identidad propia y perdiendo su propósito); en tercer lugar, el alma intenta recordar su misión, realizar aunque sea algo de ella, pero suele ser sometida por la fuerza de los valores e intereses del mundo material, perdiendo la posibilidad de elegir libremente (como el individuo que es sometido a las imposiciones de nuestra sociedad y pierde su sentido de existencia y su libre albedrío).
El exilio incluye, entonces, estos tres aspectos: el exilio físico (la expulsión de la tierra propia), la dispersión (la fragmentación y pérdida de identidad) y el sometimiento a los valores ajenos que le son impuestos. Son los obstáculos a superar. Son los obstáculos puestos allí para que realicemos un aprendizaje.
Se comprende, entonces, que el exilio es parte integral de nuestra existencia. No hay vida sin exilio. No es posible la recepción de la Torá sin el proceso de preparación y aprendizaje en el exilio de Mitzraim y sin la voluntad de salir de él. Sólo en el exilio en Mitzraim, en la sociedad más alejada de la espiritualidad y el servicio al Creador, es que los judíos pudieron perfeccionar y expresar la esencia de Israel, y así devenir en el pueblo que recibirá la Torá en el Monte Sinaí.
Aún cuando puede ser muy doloroso, es el camino que, siguiendo las enseñanzas de HaShem, nos llevará finalmente a esos días en que mediante el aprendizaje espiritual realizado y nuestro servicio liberando las chispas divinas, podremos construir el ansiado Mundo Venidero.
Es el camino que va del galut (exilio) a la gue’ulá (redención). Camino individual y colectivo. Camino físico y espiritual. Camino que nos da sentido. Camino que los invito a seguir. |